martes, 12 de mayo de 2009

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CAPITULO XIX

FORMACIÓN Y ORIENTACIÓN LABORAL

Germán Ccanto Mallma

El boom de Internet y, más allá, el gran desarrollo tecnológico de 1990 ha dejado una huella indeleble en las sociedades modernas, y desde luego, para muchas empresas y profesionales esta influencia está siendo extraordinariamente positiva. La difusión de las nuevas tecnologías tendrá y ya esta teniendo consecuencias significativas para la organización del trabajo y la producción.

Sin duda, la mejora física de la comunicación y así también el acceso a la información relevante es uno de los grandes logros de esto que ya se puede catalogar como auténtica y profunda revolución, en la cual, Internet se está convirtiendo en el eje y medio vertebrador de los nuevos entramados productivos en los países desarrollados.

El trabajo se está volviendo más flexible. Los sistemas electrónicos de información penetran en el mercado laboral y forman redes integradoras. Surgen nuevas estructuras de organización, y el personal adquiere una mayor independencia: pueden decidir con mayor libertad su horario y lugar de trabajo. Hace veinte años, el 14 por ciento de la población activa de Alemania trabajaba con una máquina o instalación manejada por computadora. Actualmente, más del 60 por ciento realiza su trabajo con una computadora - sea en una fábrica, taller, consultorio, oficina o en viaje. Al mismo tiempo, sigue creciendo el sector de la información y servicios; ambas tendencias continuarán en el futuro. En el año 2010, se estima que casi el 70 por ciento de la población activa trabajará en el sector terciario. Para los asalariados, la "informatización" del trabajo significará una mayor libertad de movimiento .Así Aumentan las formas del trabajo, y va desapareciendo la importancia del trabajo industrial convencional. El empleo a tiempo completo, duradero y a largo plazo, ya es algo del pasado. El "proceso de desindustrialización" es el lema del momento. En la década y media pasada, la creciente informatización y la dinámica del sector de servicios han creado nuevas formas de empleo.

La encuesta realizada a principios de este año por el Instituto Americano Pew sobre el impacto que tiene la red en los habitantes norteamericanos confirmó que el uso de Internet se ha consolidado como herramienta de trabajo. Ahí, más del 90% de las empresas utilizan de alguna manera este medio para realizar sus actividades.

El desarrollo de los PDA (Asistentes Personales) y las nuevas aplicaciones disponibles en los teléfonos móviles sobretodo en lo que respecta al uso del correo electrónico, ya no sólo ha incrementado significativamente las posibilidades del teletrabajo, sino que además ha favorecido que un gran número de profesionales den el paso hacia el trabajo a distancia.

En Europa, aunque desde 1994 también lo hace significativamente, no está experimentando un crecimiento tan espectacular, ni mucho menos alcanza parecidas cifras. Gran Bretaña, fiel a sus lazos económicos y sociales con el gigante americano, es el país europeo que más asumido tiene el teletrabajo dentro sus organizaciones. Haciendo caso al antedicho Instituto Americano Pew, el uso de Internet estaría en torno al 86% de las empresas británicas, lo cual contrasta con países como Francia cuyo entramado empresarial sólo alcanza en este aspecto un decepcionante 36%. Finlandia, por otro lado, es el país según la Comisión Europea con mayor cantidad de teletrabajadores en proporción a su población activa, en 1999 se estimó en un 17%. En ese mismo estudio se calculó que 9 millones de personas teletrabajan en la Unión Europea (6%). Probablemente, y alentado por el ciclo de crisis económica, su número se habrá incrementado ya en al menos 3 millones.

Es importante saber que el concepto de teletrabajo va más allá de ciertos tópicos. La Comisión Europea lo ha definido como cualquier actividad realizada a distancia mediante las tecnologías de la información y la comunicación (TIC), y que genera un valor económico añadido. Así, el teletrabajo no es sólo trabajar en el domicilio ya que son también teletrabajadores los que lo hacen habitualmente desde un telecentro, o un cibercafé, pero sobretodo hay que contar con un enorme colectivo que crece a un ritmo extraordinario precisamente porque las nuevas tecnologías ahora lo permiten. Nos referimos a aquellos trabajadores que gracias a los dispositivos móviles pueden moverse de un lugar a otro en continuo contacto ya sea con la empresa o con los clientes. Este es el colectivo de profesionales que en Estados Unidos más se ha beneficiado y que ahora parece que va a hacerlo en Europa.

Desde luego un importante factor que juega en contra del teletrabajo es la amenaza de aislamiento en todos los sentidos, ahora que las empresas defienden tanto el trabajo en equipo. Muchos temen que esta forma de vivir y trabajar pueda afectar a las relaciones sociales de las personas implicadas, y lo que es peor, algunos trabajadores piensan que el hecho de estar alejados de los centros de decisión de las empresas puede llevarles a perder peso en la organización, y así, también posibilidades de ascenso. Temen muchos que esta manera de trabajar no tenga el justo reconocimiento. Unido a este aislamiento, también está el peligro de empobrecimiento por la falta de reciclaje, formación y actualización en la orientación profesional.

Por su lado, las empresas piensan que el teletrabajo puede suponer la pérdida de control, y de ese modo, la disminución del rendimiento de sus empleados. Es además para ellas un reto en el sentido de tener que cambiar las estructuras y sus propias organizaciones productivas, con los consiguientes riesgos económicos y sociales que ello supone.

Las nuevas tecnologías y así las nuevas formas de trabajo son una excelente oportunidad para el desarrollo económico y social de las zonas y comarcas menos favorecidas. Es asimismo una oportunidad para que los jóvenes, mujeres, parados de larga duración y discapacitados, todos ellos colectivos que habitualmente encuentran mayores dificultades en el acceso al mercado laboral dispongan de un medio eficaz para ello. Un factor, el de las nuevas tecnologías, que por el contrario puede convertirse en un elemento que incremente la desigualdad y marginación entre diferentes zonas y colectivos si no son tomadas las acciones apropiadas que estimulen el equilibrio.

1. ESCENARIO ACTUAL: SÍNTOMAS Y FENÓMENOS
La palabra "trabajo" designa dos cosas distintas: por un lado, una actividad (obtener un producto de la tierra; pescar; transformar un objeto; dispensar un servicio); por otro lado, el hecho de disponer de un empleo. Ambas cosas, algunas veces, van juntas, y otras, separadas. Así, un operador de un torno realiza un trabajo y tiene un trabajo (o empleo por el que percibe un salario); las amas de casa, por el contrario, llevan a cabo un trabajo por el cual no les corresponde la misma consideración social que a un empleado y, por lo tanto, no perciben un salario. Al observar los cambios en el trabajo estamos pensando en ambas cosas: mutaciones en las modalidades de empleo y transformaciones en los procesos de trabajo (tipos de máquinas y procedimientos para realizar un trabajo). Y cuando hablamos del trabajo como elemento cultural también estamos pensando en los dos significados: qué actividades humanas productivas se desarrollan y qué formas sociales generan (Eugenio del Río).
Todos hemos crecido interrogados por los adultos acerca de cuáles serán nuestras ocupaciones en el futuro. La mayoría de las personas se definen a sí mismas por su trabajo: son lo que hacen; si no hacen nada, no son nada. La noción de ser un ciudadano productivo está arraigada en el carácter de la mayoría de nosotros de manera que cuando uno no encuentra trabajo (el primero), o no logra reinsertarse en el mercado laboral, su autoestima se viene abajo (Rifkin).
Además del término "trabajo" suelen utilizarse los términos "empleo" y "ocupación". Esto nos induce a formular la siguiente hipótesis: si al lado del trabajo por un salario (en la industria, en el rubro servicios, etc.) han surgido otros tipos de trabajo (incluyendo algunos de índole arcaica como el trabajo a destajo y a domicilio), se puede concluir que hay una implosión de la categoría trabajo. Esto ocurre justamente porque la realidad que intenta cubrir la categoría va más allá del trabajo asalariado, incluyendo las vivencias prolongadas en el mundo del no trabajo (caso de los desempleados involuntarios que se encuentran buscando trabajo).
Desde hace algún tiempo el trabajo escasea. Cuanto menos trabajo hay para todos, más tiende a aumentar la dureza del trabajo para cada uno (Gorz).
Resulta curioso comprobar que —siguiendo una de las clasificaciones actuales del mercado de trabajo, que distingue los "trabajadores de cuello azul" (empleados fabriles, operarios, mecánicos, etc.), los "trabajadores de cuello blanco" (aquellos cuya vida laboral se desarrolla en oficinas: ejecutivos, administrativos, asesores, etc.), los "trabajadores de cuello rosa" (sectores se servicios desempeñados principalmente por mujeres), y los "trabajadores de cuello de silicio" (aquellos que poseen una alta especialización en temas relacionados con las nuevas tecnologías de la información)— el futuro laboral solamente está asegurado para los trabajadores de cuello de silicio(Rifkin). Mientras que la primera ola de automatización tuvo su mayor impacto sobre los trabajadores de cuello azul, la nueva revolución de los procesos de reingeniería empieza a afectar a los escalones medios de la comunidad empresarial, amenazando o destruyendo la estabilidad económica y la seguridad del grupo político más importante: la clase media. Aun con compensaciones importantes (bajo eufemismos tales como "retiros voluntarios" o "retiros anticipados"), los hombres que han pasado los 40 años y se acercan a los 50 comienzan a poblar las calles de las ciudades en horarios desacostumbrados, realizan tareas hogareñas difíciles de imaginar tiempo atrás y aguardan una llamada o una posibilidad salvadora que los reinserte en un confuso mercado laboral (Rifkin).
Las transformaciones que afronta el trabajo se registran, en términos generales, en diversos ámbitos del contexto social: a nivel de las fábricas más modernas, que pasan por procesos de reestructuración productiva y buscan una organización más racional de su producción, lo que frecuentemente redunda en el despido de obreros; a nivel de las pequeñas industrias y negocios, que no se modernizan pero que frente a la restricción de los créditos o la fijación de intereses impagables, o frente a los nuevos requerimientos de los mercados, sucumben y dejan de existir o, en el mejor de los casos, prosiguen con sus actividades en un marco de incertidumbre y ahorro en fuerza de trabajo; a nivel del sector agropecuario, con las transformaciones en las formas de propiedad y posesión de la tierra, con el debilitamiento de la economía campesina, con la falta de apoyo tecnológico y crediticio y con la ausencia de instancias públicas de comercialización, todo lo cual tiene también un fuerte impacto sobre el trabajo; a nivel del sector público, con el adelgazamiento del Estado y el paso de las empresas públicas de servicios a manos de la iniciativa privada, el cual va acompañado de procesos racionalizadores que implican recortes en los empleos (Vania Salles).
Lo curioso es que, con una progresividad que se anunciaba, pero con una explosión que finalmente sorprendió a todos, salimos de la sociedad del trabajo sin reemplazar a ésta por ninguna otra: todo el mundo se siente desempleado, subempleado en potencia, empleado en condiciones precarias, poseedor de un empleo temporal. Las condiciones normales no son hoy las del trabajador, sino la del que ejerce de manera discontinua su tarea o no tiene profesión identificable (Gorz; Rifkin). Por su parte, quien dispone de trabajo multiplica sus posibilidades, acepta el pluriempleo, asume mucho más de lo que puede y debe porque imagina un horizonte similar al de quienes lo rodean. Respecto del trabajo, ha muerto la seguridad y se ha instalado la incertidumbre.
Lentamente comienzan a divulgarse expresiones legitimadoras de esta situación: «No importa el trabajo o el tipo de trabajo si es que se tiene un empleo»; «Poco importa el empleo porque lo importante es tener uno»; «Nadie debe preocuparse demasiado por lo que hace, lo importante es recibir una renumeración por ello». Cuando el mercado de trabajo achicó la oferta y multiplicó la demanda de puestos de trabajo, se gestó un perverso proceso justificatorio: « ¿Qué importa el monto del pago, siempre que se tenga un empleo?» El "empleado" está dispuesto a aceptar todas las concesiones, humillaciones, sumisiones, competencias y traiciones para obtener o conservar el empleo porque, socialmente, «quien pierde el empleo, lo pierde todo» (Gorz).
Aun los trabajadores que desarrollan actividades gratificantes reconocen que las mismas se vuelven instrumento venal y diligente de una voluntad ajena. Al hacer tales actividades venden algo de sí mismos, "se venden", ponen al servicio de otros determinados talentos particulares. El trabajo se convierte en una forma de prostitución, porque de algún modo venden el cuerpo, la pluma, la inteligencia, las capacidades, la fuerza, caracteres todos que no pueden separarse del sujeto mismo, de la persona (Gorz). El trabajador depende absolutamente de quien lo emplea y lo contrata, y da todo de sí por mantener su fuente de trabajo (su salario) y esa dignidad absoluta de poder "hacer algo socialmente reconocido". Es verdad que muchos trabajadores optan por salir del sistema y volverse trabajadores autónomos. Los emprendimientos personales instauran una fuente laboral propia, pero sus ejecutores (trabajadores) terminan a veces imponiéndose condiciones (tiempo, ganancia, trato de sus propias fuerzas) que un asalariado juzgaría inaceptables (Gorz).
Lo alarmante es que comienzan a escucharse voces que afirman: «No hay ni habrá nunca más suficiente trabajo (en serio, remunerado, estable, de tiempo completo, seguro) para todos.» La sociedad no tiene ya necesidad, y la tendrá cada vez menos, del trabajo de todos. La "sociedad del trabajo" ha muerto. Éste no conserva más que una especie de lugar central fantasma, como el "miembro fantasma" de un amputado que a pesar de su ausencia duele. El problema no reside en esta constatación sino en el hecho de que el colectivo social trate de convencer a todos de que no existe más "un trabajo remunerado en un empleo estable", única manera de acceder a la identidad social y personal (Gorz).
La transformación del escenario laboral no obedece solamente a una sobredimensionada presencia del avance tecnológico. Hay también un modelo de producción racionalizada que caracteriza a las industrias globalizadas: el principio rector que subyace al concepto no es otro que el de combinar las nuevas técnicas de gestión con una maquinaria cada vez más sofisticada y con menos mano de obra. Este tipo de producción difiere tanto de la producción artesanal (producción unitaria respondiendo a las demandas del consumidor) como de la industrial (producción altamente planificada que debe ser realizada por una cadena de producción semi-cualificada con productos altamente normalizados en grandes cantidades). El equipamiento tecnológico para reducir los tiempos del proceso resulta tan caro que se debe conseguir pagando una serie de costos: disminución de la cantidad de operarios, cambio de tareas de los mismos y reducción de sus retribuciones. La producción racionalizada combina la ventaja de la producción artesanal («Arme su auto: construya su unidad a la medida de sus necesidades») y de la producción de masas, mientras evita los elevados costos de aquélla y la rigidez de ésta. La dirección (gerenciamiento) organiza equipos de trabajadores con diferentes niveles de calificación en distintos niveles de organización para trabajar con diversos tipos de máquinas. Esta producción se llama "racionalizada" porque consume la mitad de los recursos que consumía el proceso anterior: menos esfuerzo humano, menos personal, menos tiempo, menos espacios, menos inversión, menos stock acumulado, menos stock de producción. Y, sin embargo, tiene un efecto concluyente: mayor variedad, mayor nivel de calidad y satisfacción obsesiva de las demandas de los clientes (Rifkin). Muchos suponen que el alto porcentaje de desocupados obedece a una "Tercera Revolución Industrial", que destruyó cantidad de puestos de trabajo en el sector productivo, y a que en el de servicios no se registrarán cambios importantes. Pero la oficina virtual ya se ha instalado entre nosotros. La oficina tradicional se ha transformado, ha pasado del trabajo manual a las operaciones de procesamiento electrónico. La oficina electrónica, sin papeles, se ha convertido en la actualidad en uno de los objetivos del moderno mundo de los negocios (Rifkin).
La transición hacia otro tipo de sociedad prácticamente carente de trabajo es la última etapa de un gran cambio en los paradigmas económicos marcados por el paso desde las fuentes renovables a las no renovables de energía y desde las fuentes biológicas a las fuentes mecánicas de poder (Rifkin). En el marco de la Tercera Revolución Industrial, la actual tecnología representa una mutación de dimensiones y consecuencias impredecibles. Estas últimas no son automáticas pero son lógicas: las habilidades, los conocimientos y las prácticas que hasta ahora habían sido necesarias por parte de los trabajadores han sido efectivamente transferidas a una cinta de ordenador, permitiendo así que el proceso de fabricación pueda ser controlado a distancia con menos necesidad de presencia o supervisión directa, y de intervención en el lugar de producción, por parte del operario humano (Rifkin).
El progreso tiene un precio. Si bien los accionistas y los desconocidos dueños de los capitales se han beneficiado considerablemente con las nuevas tecnologías y los adelantos en la productividad, ninguno de estos beneficios ha alcanzado al trabajador medio. El sueño de Marcuse, que desde el pensamiento revolucionario de los años 60 imaginaba un mundo más rico en el que se podrían repartir más bienes entre más personas, ha dejado su lugar a una pragmática concentración de la riqueza y a la desprotección de los des-ocupados. En todo el mundo el número de desempleados es abundante y creciente. Sólo una parte de ellos puede reinsertarse en el mundo laboral. Y muchos reingresan en condiciones que nunca hubieran aceptado en sus trabajos de origen (de los que se retiraron por no aceptar propuestas que consideraban indignas) (Rifkin). Lo que para los antiguos trabajadores era normal –sueldo decente, seguridad en el trabajo, pagos adicionales, derechos sindicales– se ha convertido para los jóvenes que entran en las fábricas en algo excepcional. Ellos, que acceden por primera vez al mercado de trabajo, no sólo ven su situación como "natural", sino que además se los conmina a afrontarla de una manera individual: sólo su esfuerzo y su preparación les posibilitarán la obtención de beneficios en un mundo competitivo (Vaquero). No extraña entonces comprobar que toda una generación que creció en el desencanto ha optado por una aceptación pasiva de las reglas de juego, colocándose al margen de todo compromiso político. Los jóvenes (no todos) son el grupo mayoritario dentro de la fuerza de trabajo ocupada actualmente. Pero se trata de un grupo compuesto por un nuevo tipo de trabajadores: disponen de un mayor nivel de escolaridad formal y de formación profesional que antes; reivindican un mayor grado de autonomía y de responsabilidad para realizar las tareas y evaluarlas; valoran más que sus predecesores las posibilidades de comunicarse horizontalmente entre sí a partir de sus puestos de trabajo y de participar de manera activa en la gestión, involucrándose en la vida de la empresa por medio del acceso a la información y la elaboración de propuestas. En consecuencia, los jóvenes trabajadores rechazan la rigidez descripta por otros y están dispuestos a negociar y aceptar nuevos paradigmas laborales (Neffa).
La gestión de la fuerza de trabajo parte de la premisa de que cada vez es más difícil asegurar a los nuevos trabajadores un empleo estable, de tiempo completo y con contratos de duración indeterminada. En su lugar aparecen contratos de duración determinada, trabajo a tiempo parcial, múltiples formas de empleo particular de carácter precario, favoreciendo el trabajo clandestino y la economía no registrada. El sistema de determinación y ajuste de las remuneraciones de los asalariados cambia, y en lugar de basarse en las clasificaciones estipuladas por un convenio colectivo de trabajo, en la formación profesional inicial de los trabajadores, o en los salarios mínimos legales indexables, se ajusta de manera diferenciada teniendo en cuenta el rendimiento (medido en términos cuantitativos –productividad– o cualitativos –calidad–) de cada trabajador, la situación del mercado de trabajo (donde las elevadas tasas de desocupación frenan el crecimiento de los salarios), y las competencias profesionales (Neffa). Paradójicamente, mientras unos deben soportar condiciones laborales inimaginables en períodos precedentes hay un ejército de reserva que permanece a la espera de nuevas posibilidades o acepta trabajos discontinuos o contratos a plazo fijo. Unos padecen por lo que deben soportar y otros por la inseguridad constante en la que viven.
En el mundo globalizado, el nuevo modelo productivo vigente –con el propósito o la excusa de combatir un desempleo elevado y persistente– postula: la necesidad de terminar con la indexación y buscar la disminución e individualización de los salarios directos e indirectos (privatizar el sistema de seguridad social) para reducir los costos laborales o, en el mejor de los casos, la moderación salarial; la flexibilización en cuanto al uso de la fuerza de trabajo (flexibilidad externa, para hacer más fácil y más barato el despido en función de las inciertas variaciones de la demanda, e interna, para aumentar la movilidad de la mano de obra y adaptar sus horarios de trabajo en función de las necesidades de la empresa); la descentralización del sistema de relaciones de trabajo, para situarlo al nivel de las empresas; el retiro del Estado, en tanto que árbitro y regulador del mercado de trabajo; y la desregulación o re-regulación para permitir que se dejen sin efecto conquistas y ventajas adquiridas anteriormente, invocando la decisión autónoma de los actores (Neffa). En esta nueva fase de la humanidad se ha producido una mutación organizativa en las empresas: se ha desconectado ampliamente la relación entre la cantidad de trabajo directo necesario y el volumen de riqueza producida. La presencia del trabajador y su esfuerzo no son ya generadores directos de riqueza. Las empresas pueden ampliar su producción y su eficiencia independientemente del número de sus operarios, de sus capacidades y de la dedicación que los mismos brinden a la empresa. De hecho, algunos economistas consideran que en el futuro (año 2015) a la industria le bastará con el 8 por ciento de la población activa para asegurar la producción (Calvez).
Si bien los gobiernos, los economistas y los medios se han encargado de cantar alabanzas a este progreso inimaginado, acentuando el valor del control de calidad y la mayor participación de los trabajadores y empleados desde y en sus puestos de trabajo, muy poco se ha dicho o se ha escrito sobre la des-especialización del trabajo, la aceleración del ritmo de producción, los incrementos en las tareas de trabajo, las nuevas formas de coerción y de sutil intimidación que se emplean para someter al trabajador a las exigencias de las nuevas prácticas de producción; la polivalencia en materia de calificaciones, la flexibilidad en cuanto al uso del tiempo de trabajo y a la movilidad de los trabajadores, la flexibilidad productiva de los medios de trabajo para adaptarse rápidamente con el objeto de producir series cortas de productos heterogéneos, el esfuerzo de investigación y desarrollo para realizar innovaciones en los procesos y en los productos, las técnicas japonesas de organizar las empresas trabajando "justo a tiempo" en red con subcontratistas y proveedores (Neffa).
Históricamente, el cambio en el concepto de trabajo se produjo en paralelo con una modificación del concepto de tiempo. El trabajo equivale a tiempo y «el tiempo es oro». La vida humana se cronifica más estrictamente y el tiempo se aprovecha con mayor intensidad. En el mundo moderno, el trabajo es también fuente de sentido, junto a otros factores laicos de sentido: la familia, la nación, la propiedad. Como actividad y como empleo ha mostrado ser un poderoso creador de una fuerza social: el movimiento obrero. En el llamado "Estado de bienestar", progresó en los países occidentales un modelo urbano basado en la división de las áreas de las ciudades según las diferentes funciones: el espacio de viviendas, los espacios dedicados al ocio, las zonas comerciales y los parques industriales. Con la paulatina implantación de este modelo, que desde luego tuvo menor vigencia en las localidades pequeñas, se produjo una disgregación de las dimensiones de la vida de la clase obrera, que antes se presentaban agrupadas en un mismo espacio, el de la ciudad o el barrio industrial, con las viviendas alrededor de las fábricas. Todo esto ha entrado en crisis. El trabajo ha dejado de ser un factor identificador, agrupador, unificador, integrador de una fuerza social, productor de lazos sociales, foco de relaciones solidarias, organizador, cohesionador, dotador de sentido (el trabajo como bandera de clase), para convertirse en una fuerza social debilitada y desperdigada. La fuerza de trabajo se ha debilitado además como factor ideológico: fue un eficaz sustanciador de un tipo moral, (el trabajador) y otorgó dignidad (glorificación del trabajo) en el pensamiento socialista (mito del trabajo como medio de realización y expansión de la personalidad). Hoy ha perdido también estas referencias. El trabajo de la Revolución Industrial, entendido como actividad asalariada ejercida a tiempo completo de manera continua durante un prolongado período de tiempo, no parece ser hoy el factor estructurante de la vida de la persona. El tiempo "sagrado" de la sociedad industrial, el tiempo de trabajo, se ha modificado. Se ha desconectado la cantidad de trabajo del volumen de riqueza producido. No hay una relación directa entre el esfuerzo humano hecho trabajo y las riquezas producidas, ni un reparto proporcional de los ingresos según la cantidad de trabajo realizado (Calvez). Esta presentación de una realidad que sacude a cada uno según sus particulares vivencias, refleja dolorosamente la situación de las diversas sociedades que conforman la Aldea Global, aldea que concentra cada vez más en los centros (de poder) a los transitoriamente privilegiados y expulsa progresivamente a los demás hacia sus crecientes e infinitos suburbios.
Hoy en día, el problema más acuciante es el problema de la subsistencia (necesidades básicas insatisfechas) de un sector importante de la humanidad. Lamentablemente, el presente parece anticipar que no es y no habrá de ser el trabajo (o específicamente el trabajo remunerado) el que podrá dar respuesta a esta situación.
Un mundo sin trabajo es un mundo sumergido en la exclusión y la miseria. Pero lo que se observa en el presente no debería llevarnos a creer que no hay posibilidades en el futuro. Hay que buscar alternativas humanizadoras para atender a las necesidades de todos. Lo interesante es avanzar en los aspectos definitorios del trabajo para construir –desde un pensamiento creativo– horizontes esperanzadores.

2. El mercado laboral y sus exigencias

La noción abstracta de un "mercado de trabajo" genera variadas imágenes de estructuras, procesos, decisiones y resultados que a veces nos intimidan. Sin embargo, sabemos que existen ciertos procesos clave que debemos dominar para funcionar en él: auto-evaluación, currículums, solicitudes, cartas, investigación, relacionamiento, negociación, etc.

La competencia en el mercado de trabajo "abierto" suele ser dura, especialmente para los trabajos que no requieren de muchas destrezas. Sin embargo, hay muchos puestos con relativamente baja competencia que están disponibles en el mercado de trabajo "reservado". En el mercado suelen rogar por personas capacitadas para aquellos trabajos que requieren destrezas técnicas avanzadas.

La sociedad nos obliga a ser más receptivos con las posibilidades que ofrece el mercado de trabajo, ha prepararnos lo mejor posible para poder acceder a un más amplio abanico de trabajos, ya que hoy en día no podemos encasillarnos en una sola tarea. En la actualidad al ritmo que va la economía y el mercado de trabajo, es habitual tanto aquí como en el exterior que un empleado cambie 6 ó 7 veces de empleo a lo largo de su vida laboral, hoy en día es normal aceptar algunos trabajos pueden ser incluso en practicas hasta acceder a uno mas estable que luego puede o no variar con el tiempo, es común tanto el cambio de puesto de trabajo como de empresa o incluso de sector.

Los avances en la tecnología y la creciente competencia entre las empresas, han propiciado grandes cambios en la organización del trabajo y en la economía actual, lo cual obliga a las empresas a orientar su producción a las exigencias de los consumidores, a reducir sus costos y producir con calidad. Esto ha influido en el comportamiento del mercado de trabajo y en la orientación del sistema educativo, obligando a establecer un vínculo entre lo que el mercado de trabajo requiere y la educación que se imparte. La capacitación también ha evolucionado, ahora se requieren programas modulares que cumplan con estándares basados en competencias y que permitan al trabajador continuar su capacitación a lo largo de la vida. El ámbito laboral exige que una persona sea competente en su trabajo, es decir que posea competencia laboral y que pueda demostrarla.

En conclusión podemos decir que los principales actores que influyen en la evolución del mercado laboral son: Empresas, según las diferentes necesidades del puesto de trabajo van a exigir una cualificación determinada. Ejemplos de requisitos y cualificaciones necesarias para acceder a un puesto de trabajo determinado. Es el punto principal básico del mercado de trabajo, ya que en definitiva es este actor el oferente o creador de nuevos puestos, y por lo tanto, los demás actores se verán subyugados a las decisiones o evolución de las exigencias de la empresa

3. Pleno empleo.

Situación en la que todos los factores productivos de una economía son utilizados plenamente

4. Desempleo.

Parte de la fuerza de trabajo que estando en condiciones de trabajar no se encuentra ocupada en actividades productoras de bienes o servicios. Incluye a las personas cesantes y a las que buscan trabajo por primera vez. La tasa de desempleo se puede calcular de diversas maneras, pero lo más usual se expresa como porcentaje de la fuerza de trabajo. En función de las causas y la naturaleza del desempleo se han planteado diversas clasificaciones. Las más usadas son:

a) desempleo friccional, desempleo cíclico y desempleo estructural
b) desempleo voluntario y desempleo involuntario

Desempleo cíclico:
Desempleo que se produce a consecuencia de las fluctuaciones de la actividad económica, teniendo mayor significación en las fases de depresión y recuperación del ciclo económico.

Desempleo estructural:
Desempleo atribuido a los cambios o ajustes en la demanda u oferta agregada de la economía o a las condiciones tecnológicas imperantes. Ejemplo de ellos es el desempleo producido en los yacimientos de salitre en Chile cuando crearon sustitos sintéticos de ese producto. Este desempleo tiende a persistir durante un largo periodo de tiempo, lo que ha llevado a los diseños de las políticas para promover el empleo. Por extensión, se denomina desempleo estructural al asociado con cambios de política económica que provoquen modificaciones en la composición del producto y en la combinación de factores productivos usados por las empresas, como ejemplo una reforma arancelaria.

Desempleo friccional:
Aquel ocasionado por algún tipo de imperfección en el mercado laboral y que difícilmente puede eliminarse en una economía de mercado aun cuando el numero de vacantes fuese igual al total de la fuerza de trabajo. En esta categoría entran aquellas personas que se cambian de empleo y las que buscan trabajo por primera vez. El tiempo que le toma a un trabajador encontrar un empleo dependerá de la información que posea sobre nuevas oportunidades de trabajo, de la ubicación geográfica de la necesidad o conveniencia de un readiestramiento, de las barreras existentes para ingresar a ciertas ocupaciones. Todos estos factores mantienen a las personas desocupadas durante un tiempo antes de encontrar un nuevo empleo. Otra forma de desempleo friccional esta asociado con actividades estaciónales. Las personas ocupadas en estas actividades tienen empleo solo durante un periodo de año.

Desempleo involuntario:
Desempleo que incluye a todas aquellas personas que buscando empleo y estando dispuestas a aceptarlo al salario vigente e incluso a un salario menor, no lo encuentran a pesar de estar capacitados

Desempleo voluntario:
Comprende a aquellas personas que abandonan o no aceptan un empleo en expectativa de conseguir una oportunidad mejor pero que aceptarían si estuviesen seguras que tal alternativa no existe. Este desempleo es consecuencia de la información imperfecta que tienen las personas sobre sus oportunidades de trabajo. Parte de desempleo friccional es voluntario por que las personas prefieren seguir buscando empleo antes que aceptar una oportunidad que les parezca desventajosa.

5. Una nueva educación
Numerosos países han puesto sus esperanzas en la re-educación de millones de ciudadanos para que puedan acceder a los empleos derivados de las altas tecnologías y para mejorar su situación económica. Para tener éxito en la nueva economía los trabajadores deben estar mejor formados, más especializados, pero al mismo tiempo deben ser más adaptables y deben estar entrenados según los nuevos estándares mundiales (Rifkin). ¿Quién les asegura que su alta especialización les garantizará un trabajo estable, cierto, definitivo? ¿Puede el mejor de los servicios educativos ofrecer garantías para un mundo incierto?
Se afirma con total convicción que la educación debe preparar para el trabajo. Los encuentros entre empresas y escuelas se multiplican. Pero, ¿debe la escuela construirse respondiendo a las demandas del mercado productivo o debe ser fiel a su propia autonomía formativa? ¿No puede suceder —como de hecho sucede— que las demandas empresariales de hoy sean distintas de las de mañana y que los alumnos de hoy se estén preparando para unas predicciones desacertadas? ¿Cuántas empresas declaman en los discursos los requerimientos educativos y, luego, los relativizan con sus propias propuestas de capacitación empresarial?
¿No será oportuno repensar una "educación para el trabajo" (para el homo faber, el creativo, el autónomo, el que sabe generar mundos humanos) y no para dotar de competencias al homo laborans que solamente sabe salir a la caza de escurridizos empleos temporales?
¿No deberá pensarse en una educación polivalente que forme en competencias humanas y culturales universales y que desarrolle la capacidad de aprender, adaptarse y vivir humanamente? ¿No deberemos imaginar una educación que civiliza y no una educación que especializa? ¿No fue esa la idea con que nació nuestra educación universal y obligatoria del siglo XIX, confiando en que el hombre dotado de "instrumentos de civilización" sería capaz de dominar el mundo?
¿No será oportuno reforzar una educación formadora de hábitos y abierta a valores humanizadores, que propicie la formación del pensamiento crítico y creativo para afrontar un futuro cambiante? Al mismo tiempo, ¿no debería romperse con el hombre unidimensional y educar para el tiempo libre y el ocio, con una amplia formación cultural que permita encontrar otras (innumerables) posibilidades de realización?
¿No se trata de crear las condiciones para una nueva moral y una autonomía que permita crecer en responsabilidades para saber responder desde el propio proyecto existencial, incorporando un tipo de acción que vincule con los otros y permita acceder a la cultura y al trabajo con una mentalidad innovadora? (17) Es cierto que las mayores responsabilidades están en el ámbito de lo político, lo social y lo económico; es cierto que hay sectores sociales que tienen el control de muchas de estas ideas; pero no podemos desconocer que la educación y la Filosofía —como en otros tiempos— pueden convertirse en anticipadoras de una nueva sociedad con un perfil más humano.
Finalmente, algunos términos clave para este presente incierto y un futuro complejo son: solidaridad; consumo sin derroche; nuevo sentido del trabajo; realización personal; nueva concepción del tiempo; humanidad; y resistencia, palabra usada por un reconocido y sufrido pensador de nuestros días, Ernesto Sábato: “Creo que hay que resistir: éste ha sido mi lema. Pero hoy, cuántas veces me he preguntado cómo encarar esta palabra. Antes, cuando la vida era menos dura, yo hubiera entendido por resistir un acto heroico, como negarse a seguir embarcado en este tren que nos conduce a la locura y al infortunio. [...] La situación ha cambiado tanto que debemos revalorar, detenidamente, qué entendemos por resistir. No puedo darles una respuesta. [...] Intuyo que es algo menos formidable, como la fe en un milagro lo que quiero transmitirle. Algo que corresponde a la noche en que vivimos, apenas una vela, algo con qué esperar.”

Germán Ccanto MallmaEmail: gerccantom@yahoo.es

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